Con los primeros acordes del Calhoun Surf, me emocioné. Literalmente. Se me puso un nudo en la garganta. Después de un larguísimo e interminable paréntesis volvía a ver a mis amigos los Winston Lobo sobre un escenario, casi un año entero no solo huérfano de música, sino también de amistad y compadreo. La vuelta tenía que ser con ellos y solo con ellos.
Las condiciones en las que tuvo el lugar el concierto fueron las mejores que se pueden ofrecer en la actual situación. Fueron óptimas, de hecho. Un aplauso para el Gruta 77, un oasis en el desierto de la conformidad, y para el Indio, que va por el camino de convertirse en Quijote contra los molinos de la burocracia. Casi una treintena de locos seguramente muy cuerdos quisieron aportar su granito de arena y huir de palabras huecas.
Y no, el concierto no fue lo de menos, porque unos Winston Lobo en plena forma interpretativa y compositiva no pueden ser nunca lo de menos. El año pasado se suspendió su participación en el Concierto Homenaje a Dick Dale que iba a tener lugar en el Gruta, justo al comenzar el estado de alarma. Su puesto en ese cartel se lo habían ganado con creces después de la apoteósica presentación de su disco en el mismo escenario, todo un hit de la música instrumental española actual, sin etiquetas ni corsés. Parecía este bolo la compensación, lógica y merecida a esa desilusión, un premio a quien la tuvo y la retuvo. El concierto que cerraba el círculo de esta infame pesadilla.
Una veintena de temas elegidos con mucho gusto y tocados a saco y sin contemplaciones. Abrieron con Calhoun Surf, como dije al principio. Toda una declaración de gustos e intenciones, interpretada con una energía de algo voltaje. Siguen con uno de mis temas favoritos, Flying the SE5a, a mayor gloria de su as de la aviación y la batería, Angel Rodríguez, que junto con Dani Masa forman una de las secciones rítmicas más potentes y de calidad de la música instrumental actual. Su muy aparente seriedad se esfuma con los sones de Banana Joe, homenaje a Bud Spencer que sólo ellos podían y debían hacer. Montecarlo Race, State Fair, Lupin III, Sing Sing Sing y los bailes imposibles. Noche de Brujas, una canción sorprendente por donde la mires y la escuches. The Monsters, ideal para estos tiempos. Casbah, Wicked Game, vamos a ponernos tiernos que se agradece un descanso. Un Gentleman y Tiempos Modernos, dos temas atípicos si lo que esperas es surf clasicote (y aburrido). Surfing Crow, Surf Rider, En la Tormenta, Jinetes Radioactivos a tumba abierta por el desierto. Aguas Calientes, Liberty Wave, La vuelta a casa, temazo, The Wedge / Misirlou ya desmelenados y para terminar, Secret Agent Man precediendo a un apocalíptico Out of Limits, que en su última interpretación en el Gruta vio nacer el alucinante Pogo-Surf que amenazo con repetir en cuanto nos concedan el tercer grado.
Y después de la tempestad, vino la calma… Ni de coña. El post-concierto fue un caótico juego de la silla en el que todos querían hablar con todos, contarse sus penas y soñar con sus alegrías. Más que lo que se habló fue lo que se sintió. Amigos, eso hubo que vivirlo…