Con la amenaza del innombrable en el horizonte, negros nubarrones y malos augurios, se echaron a la mar los Capitanes. En la bodega, buenas cantidades de chorizo y pan de hogaza. Los barriles llenos de cerveza. Para la travesía les acompañaban un puñado de valientes con nada que perder en tierra firme.
El viaje fue ajetreado. A ratos frenético, por momentos trepidante. La moral era buena, la camaradería estaba por las nubes.
Al final, los botines pisaron tierra firme. La celebración fue merecida y como se merecía. El recuerdo, imborrable.