La semana anterior al confinamiento, el 7 de marzo de 2020 estuvimos en nuestro último concierto previo al Apocalipsis, y fue, por suerte, de Surflamingo. Ese día hubo muy poco público, algo que sinceramente me dolió. Me dolió como amigo suyo pero también como amante de una música a la que hay que apoyar todos los días, no solo los de vino y rosas. Porque si no, se muere. Y si se repiten situaciones como la de ese concierto, se muere sin duda. Aquel día, hicimos planes para acompañarles en sus próximos conciertos, creo que el primero era en Ávila. Estábamos ilusionados como niños. A los pocos días recibí una llamada de Jesús anunciándome que suspendían todos los conciertos. Fue un mazazo. Y lo peor es que el shock duró más de un año.
Cuando nuestros amigos de Surflamingo nos dijeron que tocaban en Guadalajara, su primer concierto tras tanto tiempo, y en un concurso en la Plaza Mayor, fue como si por fin se cerrase este círculo del infierno, algo bastante metafórico, la ansiada prueba de que la locomotora alcarreña volvía a estar en marcha, de que por fin íbamos a olvidar ese día tan gris de marzo. Así que el viernes estaba nervioso como un novio ante el altar (de los sacrificios). Acompañados de nuestro gran amigo Juan Cabrero (otro fan de primera fila de Surflamingo) nos plantamos en Guadalajara. Antes del concierto compartimos mesa y mantel con dos de los miembros y fuimos calentando motores. Ellos nos hablaron maravillas del resto de las bandas que se presentaban y dudaban de sus posibilidades. Pronto se vería que entre sus virtudes no están las de la adivinación.
Por el escenario de una preciosa plaza mayor fueron pasando efectivamente bandas de mucha calidad. A las diez y media de la noche, con un calor asfixiante, fue el turno de los futuros ganadores. Y, sorpresa, no me funcionaba ninguna de las cuatro tarjetas de memoria que había llevado. Momentos de pánico, con la banda interpretando para empezar su «Zafarrancho». En plan apisonadora desde el minuto cero.
La actuación de Surflamingo fue breve pero intensísima. Para mí fue como abrir una espita y dejar salir toda la tensión y la mala leche acumulada. Bailé e hice fotos, no sé como. Sudé. Me reí. Lo gocé.
Tras media hora de concierto estábamos exhaustos y pasamos a la ansiada fase de confraternización, de risas y abrazos. Y cervezas. Ibamos conociendo a mucha gente, grandes amigos de la banda, nuevos y viejos fans. La magia de la música. De repente, cuando estábamos en pleno jaleo, se anunció el nombre de la banda ganadora: ¡SURFLAMINGO! Servidor se quedó con la boca abierta. No porque no lo merecieran, porque por calidad, interpretación, conexión con el público y sobre todo y especialmente originalidad, fue totalmente justo. Otra cosa habría sido un engaño. Pero nosotros, amigos, estamos acostumbrados a la habitual desidia hacia el surf, al desconocimiento, al desprecio irracional y de entrada. Y por eso tuvo más mérito derribar esa puerta de una patada, con la cojonudísima actitud de esta banda que cada vez que sale al escenario se lo lleva todo por delante, y da cada concierto como si fuera el último. Qué gusto verles sobre el escenario, y qué gusto verles recoger ese premio.
Yo lo celebré como si el ganador hubiera sido yo. Porque me alegré por unos de los tipos más majos y cariñosos que conozco, que siempre nos han dado todo sin pedir nada a cambio. Ya hace tiempo nos abrieron su corazón y de ahí no nos echa ni la Benemérita.
Después disfrutamos de unas de las noches más divertidas que recuerdo: reímos, gozamos, presumimos de «jóvenes talentos», cerramos los bares de Guadalajara y nos emplazamos para seguir derribando puertas y rompiendo mitos. Porque como dijo Jesús al día siguiente en una emisora de radio, «Nunca subestimes al instrumental»
Por nosotros que no sea.